miércoles, 14 de diciembre de 2011

Entrevistas y juegos de antaño II

Con el objetivo de indagar en los juegos infantiles en otras generaciones, las alumnas realizaron entrevistas. En uno de los post anteriores de este blog, incluimos una selección de entrevistas narradas; ahora queremos compartir otro tipo de entrevistas: la entrevista tradicional



Los juegos de ayer, una experiencia maravillosa.
                         por Rocío Márquez Rodriguez y Silvina Schwartz


Esta entrevista fue realizada con el fin de querer conocer de qué manera se divertían las personas varios años atrás y a qué jugaban, y de este modo poder conocer las costumbres y aquellos juegos que hoy en día se han perdido.
En este caso la persona a la que haremos recordar un poco su infancia es a Carmen Castaña. Tiene 38 años y es madre de Rocío Márquez (19 años) y de 2 hijos más, Guillermo (16 años) y Antonella (6 años).

-¿En dónde has vivido durante tu niñez?              
  - En el campo, rodeado de montes. En San Pedro, Misiones.
-¿Hasta qué edad viviste allí?
- Hasta los 18 años.
-¿A qué jugabas? -En nuestra casa jugábamos muy poco, para jugar a las muñecas hacíamos muñecas de trapo. En los tiempos libres jugábamos a la mancha, escondidas, al gallito ciego.
-¿Con quién jugabas?
-Con mis hermanos, primos y en alguna oportunidad con vecinos que venían a visitarnos.
-¿Por qué dices que en tu casa jugaban muy poco?
-Porque nuestros padres nos inculcaban más responsabilidades desde chicos. Realizábamos todo tipo de trabajo que nos ordenaban.
-¿Qué tipo de trabajos?
- Limpiar todos los días la casa, cocinar, lavar ropa, cuidar a mis hermanos más chicos: dándole de comer, cambiándole de pañales de tela y lavar el pañal sucio, darle la leche, bañarlos; ayudar en las huertas.
-¿Recuerdas los juegos que realizaban en la escuela?
-Recuerdo que jugábamos al tejo (rayuela), saltábamos la cuerda, juego de pies en las escaleras(pisapisuela), escondidas, mancha congelada, mancha sentada, el juego de la oca, Martín pescador (pasará), la ronda de San Miguel, farolera, teléfono descompuesto, huevo podrido, tuli (mancha), tesoro escondido, prenda (anton-anton pirulero), veo veo, piedra papel o tijera.
-¿En qué consiste el juego de “pies en las escaleras”?
También le decíamos pisapisuela, en el que una niña que hacía de "Madre" elegía a los "Ángeles" con una cuenta de pisar:

Pisa, pisuela, / color de ciruela, /vía, vía, este pie/ No hay de menta, / ni de rosa, / para mi querida esposa. / Que se llama doña Rosa / y que vive en Mendoza, / y se acaba de casar / con un palo de a-ma-sar.

La niña cuyo pie había sido tocado en el momento de pronunciar la última sílaba debía levantarlo. Si volvía a resultar tocada era elegida "Primer Ángel", y debía apartarse del grupo. En esta forma eran elegidos los restantes "Ángeles", que se alineaban detrás del primero. La niña que quedaba resultaba "Diablo". Llegado el juego a este punto la "Madre" llamaba a los "Ángeles":

Madre: Primer Ángel, ven a mí.
Ángel: No puedo porque está el Diablo.
Madre: abre tus alas y ven a mí,

El "Ángel" debía atravesar a la carrera el lugar que ocupaba el "Diablo". Este le arrojaba entonces una pelota o bolitas de papel. Si lo alcanzaba con sus proyectiles el "Ángel" quedaba prisionero del "Diablo", y en caso contrario pasaba al bando de la "Madre". Ganaba la figura que había reunido más "Ángeles".

Una postal: la infancia en medio del verde misionero.

-¿Y en qué momento practicaban todos estos juegos?
- En tiempos libres y recreos.
-¿Cuál era tu favorito?
- El pasará y la ronda de San Miguel.
-¿Algunos de estos juegos se los pudiste transmitir a tus hijos?
-Sí. Mis dos hijos mayores cuando eran chicos jugaban mucho a estos juegos. La rayuela, saltar la cuerda, la mancha, las escondidas, son juegos que por lo general los realizaban en la escuela, pero también acá en casa cuando venían sus amiguitos. Ahora sólo me queda la menor de todos. Anto se divierte jugando a la maestra teniendo a los perros como alumnos.
-¿Crees que la manera de divertirse que actualmente tienen los chicos a cambiado mucho?
-Y…sí. Ha cambiado bastante. Hoy en día se fabrican juguetes de todo tipo y los chicos cada vez que ven algo nuevo enseguida lo quieren. Muchas veces tienen de todo pero igualmente se sienten aburridos.
También están las computadoras, que es un gran entretenimiento para ellos y debido a esto los juegos al aire libre se practican menos.



Se jugaba mucho en el patio de la escuela
                                                                    por Dafne Battista

Entrevistamos a Marcelo Batistta, de 45 años, profesor de Historia y Formación Ética y Ciudadana, quien nos recibió en su casa y nos contó sus experiencias de juego de su infancia.

     ¿A qué jugabas cuando eras chico?
-         Jugaba a la troya, el cuadrado, el hoyo, remontaba pandorgas, al fútbol, la matrera, a policías y ladrones, la mancha, la escondida, el huevo podrido, el pisa pisuela, la payanca, el tutti frutti y a los indios.

  ¿Con quiénes jugabas?
-         Con los vecinos del barrio y algunos juegos con mis compañeros de grado en la escuela.

  ¿En qué lugares?
-         En el potrero, que era un terreno baldío, en el patio de la escuela, en la vereda de mi casa y en un campito cercano a ella.

¿Cómo se jugaba a la troya?
-         Se jugaba con bolillas, una de tamaño más grande llamada bochón, que era utilizada como puntero, e impulsada tenía como objetivo retirar las bolillas de menor tamaño, que se encontraban en un sector determinado (en la troya).

    ¿Qué era el cuadrado?
-         Era un juego de similares reglas que la troya, donde la finalidad era sacar de los límites de un cuadrado trazado en la tierra, a la bolilla del contrincante o adversario, con una “chanta”.

     ¿Y el hoyo?
-         Se hacía un hueco en la tierra al cual se debía embocar, para tener derecho a tratar de impactar la bolilla del contrario.

  ¿Cómo remontabas pandorgas?
-         Este juego tenía su etapa preparatoria, ya que se debía conseguir una caña, que se dejaba secar, para formar parte del esqueleto o estructura del barrilete. La mayoría de las “pandorgas” se hacían con papel de diario o de revistas, siendo casi un lujo poder hacerlas con otro tipo de papel. Se necesitaba de la experiencia de los abuelos, padres o hermanos mayores, para la elaboración del engrudo (harina y agua), que se hacía para pegar el papel y que este no quedara muy pesado para levantarlo en vuelo. Muchas veces no se lograba el objetivo recibiendo el calificativo de que estaba “empachado”.
Se les agregaba una cola con diversos retazos de trapos para un mejor desempeño en el aire. En algunas oportunidades en la mencionada cola se anexaba una gillette para provocar daños y destrozos en los barriletes de los otros chicos.

 ¿Dónde jugabas al fútbol?
-         Se jugaba en “potreros” que era pequeñas canchas de fútbol, antecesoras del actual fútbol 5. Generalmente, se jugaba descalzo ya que de hacerlo con zapatillas o zapatos de fútbol significaba “tener ventaja”, porque no todos los chicos tenían calzados). Se utilizaba muchas veces una pelota de trapo, confeccionada con restos y alguna media de nuestras abuelas.

¿Qué era la matrera?
-         Consistía en designar a un chico como el cazador, que debía correr tras los demás, atraparlos y contar hasta 10 para cumplir con el juego. A continuación, quien era atrapado ayudaba al primer cazador para atrapar a todos los demás. El primer jugador que era atrapado, era quien iniciaba un nuevo juego, cuando todos los participantes era cazados.
Generalmente, se jugaba mucho en el patio de la escuela, durante los recreos. Algunas veces con consecuencias lamentables (martingala rota, bolsillos descosidos, guardapolvos inmaculados totalmente sucios).


Dafne y su padre, quien nos llevó de viaje por su infancia.


   ¿Cómo jugabas a policías y ladrones?
-     Se desarrollaba de manera similar que la matrera, con la variación de que los perseguidos son los “ladrones”, los que una vez capturados eran ubicados en un sector conocido como la “cárcel”.

     ¿En qué se diferenciaban la mancha envenenada de la común?
-     El objetivo era tocar el cuerpo del adversario en cualquier sector, en especial en aquellos lugares que resultaran incómodos para correr, ya que la nueva “mancha” debía trasladarse tocándose con una de sus manos en el lugar en el que fuera tocado. Estaba prohibido tocar partes que ofendieran a la moral.


    ¿La escondida se jugaba igual que en la actualidad?
-     Sí, consistía en tratar de desaparecer y no ser visto por aquella persona encargada de encontrar a los jugadores.

     ¿Cómo jugabas al huevo podrido?
-     Hacíamos una ronda entre todos los participantes, cantando una canción. Uno debía correr alrededor del círculo formado, con un bollo de papel que era depositado detrás de un compañero elegido, evitando que este se diera cuenta y tratando de lograr una vuelta entera para llegar al mismo lugar donde se había dejado el “huevo”. También había que evitar ser atrapado por éste, ya que se era eliminado temporalmente del juego.

     ¿Qué era el pisa pisuela?
-     Era un juego en el que todos los participantes colocaban sus pies en fila y, quien llevaba adelante el juego, entonaba la canción de éste en sílabas, representadas por cada pie. Al finalizar la canción, el pie al que le correspondía la última sílaba, recibía un pisotón siendo retirado el pie del juego. Éste era más compartido entre varones y mujeres que otros juegos.

  ¿Y la payanca?
-     Se utilizaban 5 piedras, consistiendo el juego en arrojar una de ellas hacia arriba (al aire), e ir levantando la cantidad de piedras necesarias según el turno. El juego se complicaba cuando se completaba la pasada “simple” y comenzaba la “cambiadita”.

  ¿Cómo jugabas al tutti frutti?
-     Se jugaba con hojas y lápices, tratando de completar con la misma letra inicial, los distintos cuadros que formaban parte del juego (frutas, flores, cosas, colores, nombres, apellidos, animales y lugares). El primero que lograba completar todos los cuadros expresaba “tutti fruti”, impidiendo que el resto de los participantes pudiera seguir respondiendo. Posteriormente, se controlaban las respuestas de cada uno de los jugadores y se otorgaban puntos por cada respuesta, recibiendo la mitad de esos puntos cuando 2 jugadores coincidían en sus respuestas.

  ¿Qué era jugar a los indios?
-     Este juego consistía en dividirse en 2 grupos y su objetivo era conquistar la base o fuerte del “enemigo”. Lo jugábamos en un terreno con mucha vegetación lo que dificultaba la visibilidad del campo de juego. El primer paso consistía en sectorizar el territorio a defender/conquistar. Seguidamente, se construía el fuerte utilizando restos de madera; y aprovechando la misma vegetación existente, se concretaban diversas artimañas a los efectos de provocar distracción en los participantes enemigos y capturar su base.
Este juego no era común en todos los niños, pero si en mi barrio y era muy entretenido.

     ¿Qué diferencias crees que existen entre los juegos de antes y los de ahora?
      -     Los juegos de antes servían de unión entre los niños, eran socializadores, desarrollaban la inventiva, en cambio en la actualidad, se volvieron mecánicos, virtuales e individualizantes. Hace uno años existía la particularidad de una rivalidad innata, que nos llevaba a  desarrollar actitudes que provocaban verdaderos enfrentamientos barriales, todo ello en un afán de superación y orgullo.
Nunca se llegaba al uso de la fuerza, pero quien resultara perdedor debía sufrir la humillación de verse superado, no obstante haber ofrecido su mejor esfuerzo. Y esa competencia se verificaba en cada uno de los juegos que hacíamos.
Si confeccionábamos una “pandorga”, ésta debía ser más grande, de mayor colorido y hasta con la “cola” más larga. Si el juego era la “matrera”, protegíamos a nuestro mejor corredor. El fin de semana era dedicado al fútbol. Y no importaba nada más que correr más que tu ocasional rival y por supuesto hacer más goles. En consecuencia, se fortalecía el grupo, por sobre la parte individual.
En la actualidad, sólo se comparte una pantalla y la individualidad supera lo colectivo, sumándole a ello el perjuicio de la poca actividad física. Por otro lado, no hay interacción concreta y efectiva.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Adaptaciones sobre cuentos de Andersen

Las alumnas hallaron un bello material sobre cuentos de Andersen: dos de sus cuentos inolvidables readaptados en producciones audiovisuales

El primera, La sirenita en un corto de origen japonès...


Y el segundo, La niña de las cerillas, en un encantador relato con los tintes de Disney...

jueves, 17 de noviembre de 2011

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hans Christian Andersen y una animación en base a La niña de las cerillas

El último narrador leído en el Taller, este año, ha sido el danés Hans Christian Andersen, a quien le debemos cuentos inolvidables como El patito feo y La sirenita.
Comparto este audiovisual basado en La niña de las cerillas, otra de sus historias más conmovedoras y reconocidas.

Entrevistas y juegos de antaño

A fin de investigar sobre los juegos típicos de  las infancias de otras generaciones , las alumnas realizaron diversas entrevistas. Además, este trabajo tuvo otros objetivos: articular contenidos con la cátedra de Corporeidad, y practicar las estructuras y modos de lenguaje propios tanto de la entrevista tradicional como de la narrada. Esta última es una especie de "crónica de una entrevista", y en ella se combina las citas directas e indirectas, con descripciones y narraciones. A
A continuación, algunas de las entrevistas narradas que fueron seleccionadas para este blog:



"Encontrábamos la manera de divertirnos con poco…"
                                                                            por Cielo Martinez

    Magdalena Bel tiene 70 años y es mi abuela materna. Vivió en el campo desde muy pequeña y concurrió a la escuela rural más cercana.
     Esta entrevista se la realicé en su casa de Colón, donde vive actualmente, con el objetivo de indagar y conocer algunos juegos tradicionales de su infancia.
    Mientras cocinaba, ella fue recordando recreos, compañeros, maestros y, sobre todo, la escuela en la que creció y aprendió tanto.
    Lo primero que le pregunté fue por aquél juego que más le gustaba. Enseguida, poniendo cara pensativa, me dijo que su favorito era la payanca; al notar mi asombro, rió y dijo: “Se jugaba con cinco piedras que tenían que ser chiquitas, bien redondas y, si eran blancas, mucho mejor. Siempre las teníamos en el bolsillo por si se presentaba el momento de jugar.”
    También me contó que solían sentarse en ronda con las piernas cruzadas y que cada uno, en su turno, tiraba una piedrita hacia arriba y, al mismo tiempo, tomaba una de las que estaban en el piso. “Ese primer paso se llamaba “de uno”, afirmó.
    Luego hacían lo mismo, “de dos”, “de tres” y “de cuatro”. Tenían que tomar en un movimiento rápido ese número de piedras mientras la otra estaba en el aire. Después venía “el pique”, en el que, con todas las piedras en la mano, tiraban una de ellas hacia arriba y debían volver a agarrarla antes de que cayera al piso. “En este paso era común que, al intentar atraparla en el aire, la piedra rebotara contra las otras y cayera, lo que significaba que el participante perdía su turno”, contó.
    Luego, tomó cinco semillas de zapallo que tenía a su alcance en la cocina. Intentó volver a jugar comentando que, cuando era chica, tenía mucha rapidez en el movimiento de sus manos ya que jugaban muy seguido. “Con el tiempo me fui convirtiendo en una mala jugadora; será cuestión de volver a practicar”, admitió riendo.
    El último paso del juego era el puente. Para éste, formaban un arco en el piso que consistía en el dedo índice colocado sobre el mayor. El jugador tenía que tirar las piedras al piso frente al puente y el otro compañero elegía una de ellas; en lo posible una que dificultara el paso de las otras piedras por debajo del puente. El jugador ganaba si, mientras tiraba una de las piedras al aire, pasaba el resto de a una debajo del puente, dejando para el final la elegida por el otro compañero. “Toda una ciencia”, agregó.
    Le pregunté, también, qué otro juego recordaba además de ese. Después de un pequeño silencio, me dijo que solían jugar a “La palma”. Para eso, se separaban en dos grupos y formaban dos hileras enfrentadas. Definían qué grupo comenzaba a jugar haciendo el “pan y queso”.
    “El juego consistía en ir tocando la palma de la mano de cada uno de los que estaban en el grupo contrario y, cuando decía “palma” en una de las manos, ése debía correrlo. Si llegaba a su lugar antes de que lo atrape, seguía jugando y, si lo cazaban antes, tenía que abandonar el juego. Ganaba aquel jugador que permanecía en su lugar sin haber sido atrapado nunca”, me explicó entusiasmada.
    También recordó otros juegos muy comunes como las escondidas, saltar la cuerda, el huevo seco, el tatetí o los milicos.
Entrevistora y entrevistada: Cielo y su abuela.
    “¿Se valoraba el juego dentro de la escuela?”, pregunté. “Muchísimo”, me dijo ella. Recordó que cuando tocaba la campana para ir al recreo salían enseguida todos juntos. Su maestra no se perdía ni uno de los juegos; hacían rondas, canciones, jugaban a la mancha, a embocar piedritas en latas o algún otro juego que inventaban en el momento.
    Los días de lluvia construían barquitos de papel y los tiraban en el cordón cuneta. “¡Cómo nos divertíamos!”, anheló.
    Mientras recuerda aquellos tiempos, no puedo evitar pensar en que actualmente el juego está dejándose de lado y ya no se le da la misma importancia que antes. Los chicos muchas veces se pasan toda la tarde delante de la computadora o la televisión, y se pierden de lo lindo que es jugar al aire libre o compartiendo con otros amigos.
    “La mayoría de los juguetes eran hechos por nosotros; hoy en día eso no se ve”,  dijo. Y, lavándose las manos, recordó que le gustaba mucho armar muñequitos con choclos; la barba del choclo era el pelo del muñeco. “Encontrábamos la manera de divertirnos con poco”, concluyó.
    Su infancia marcó una etapa muy importante en su vida. Nunca va a olvidar a sus compañeros y, sobre todo, a la maestra que tanto le enseñó. Esos recuerdos quedarán para toda la vida en su corazón.  

“Esa era nuestra diversión”
Elsa Ester Dacuez, de 52 años, quien se desempeña actualmente como ama de casanos contará cuáles eran los juegos con los que se divertía durante su infancia.
Por: Lourdes Fleitas

    Nació en Concepción del Uruguay, pero sus padres vivían en Colonia Elía.
Cuando tenía uno o dos años, se fueron a vivir a Buenos Aires y estuvieron cuatro o cinco años, después volvieron y se quedaron acá, en Concepción, hasta ahora.
    “Siempre jugaba con mis dos hermanos, Viviana y Roberto; porque no nos dejaban salir a jugar con otros nenes o ir a alguna casa”, se lamenta. Al lado había una familia con cinco hijas, pero jugaban ellos en el patio de su casa y los otros en el patio de la suya, comentó.
Su lugar de juego era el patio de la casa y un galponcito que había en el fondo. También “durante los recreos, en el patio de la escuela”, afirma.
    “Por lo general hacíamos una casita adentro del galponcito y jugábamos a la mamá o a la tía. Armábamos ropita para la muñeca y hacíamos con las ristras de ajo las cunitas”, se ríe y muestra con sus manos 
cómo
 las hacían.
También  jugaban con zancos. Los armaban con un tarro de leche y una piola, “pasábamos la tarde entera”, se ríe recordando aquellos momentos.
    Su cara se 
entristece y hace que mi sonrisa decaiga, al recordar que desde muy joven debió comenzar a trabajar, “a los nueve años me mandaron a  trabajar  en casa de familia; hacía de niñera en lo de una vecina, entraba a las tres de la tarde y salía a las ocho de la noche; y cuando llegaba a mi casa me ponía a hacer las tareas, o sea que no podía jugar mucho”. 
Elsa, la entrevistada, y mamá de Lourdes, la entrevistadora.

    “Sábados y domingos sí eran días de juego, porque tampoco nos llevaban a pasear y ni siquiera televisión había”.
    Recuerda, que sólo dos veces a la semana los dejaban ir a mirar televisión a la casa de enfrente: “era el único hombre que tenía televisor y como vivía con una nieta íbamos los gurises del barrio a mirar
 El chavo. Esa era nuestra diversión”.
    En la escuela jugaban a la loca, a la mancha, al huevo podrido, a la rayuela, a  saltar la cuerda y al elástico. “A mí me gustaba mucho actuar, entonces siempre que había actos yo participaba. Pero a mí no me hacían ropa ni nada, siempre con el guardapolvo o a veces las maestras nos traían cosas para ponernos”, continúa.
    Los únicos juguetes que recuerda haber tenido eran muñecas de tela, que ellas mismas hacían con trapos viejos.
    “Nuestros  juguetes eran botellas, cajitas, piolitas, frasquitos, alguna olla vieja o una pava que se había roto, todas cosas que desocupaban de la cocina y nos daban para jugar”. Qué diferente a la actualidad ¿no?
    
Entristecida recuerda que los cumpleaños jamás se festejaban. Regalos únicamente para navidad o reyes. “Los regalos eran taza para la leche o ropa”, dice
.
    Para finalizar dijo que le gustaría contarnos una anécdota de su infancia
.  “Una vez, para Reyes, andábamos corriendo y jugando a la loca, de tardecita en el campo,  y nos encontramos con unos paquetes, los abrimos y miramos. Después se enteraron nuestros padres y nos dieron varios golpes, de ahí nunca más recibimos un regalo para Reyes, porque ya habíamos descubierto que eran nuestros padres”.




Patricia Retamar
“Éramos tan pobres”


Sus juegos de chica, que marcaron su infancia.
Por Stefanía Bentancourt

Ni computadoras, ni celulares último modelo. Patricia Retamar jugaba a otras cosas. En la cocina de su casa, rodeada de olores, recuerdos que vienen a su memoria, nos cuenta cuáles eran sus juegos en la infancia. Su juego consistía en hamacarse, jugar a la loca;  también se divertían con la payanga, que se jugaba juntando cinco piedras, y luego se desparramaban en el piso y con una piedra en la mano se juntaban las cuatro restantes, luego con dos y así sucesivamente hasta juntar de una las cinco piedras. “También hacíamos juegos de varones, jugábamos a las bolitas entre mujeres y varones” se ríe.
Otro juego que les gustaba era el gallito ciego, pero no sólo eso:  “Las nenas jugábamos a la mamá, a la cocinita, nuestras madres nos daban un poquito de arroz, un poco de yerba, y hacíamos casitas”.
Durante su relato se muestra muy contenta por un lado y nostálgica por otro. Mientras sigue cocinando nos cuenta cuáles eran los juegos que hacía en la escuela.

La riqueza de la infancia: los juegos y la imaginación.
 
“En la escuela eran juegos tranquilos” dice, “como la ronda de San Miguel, el huevo podrido”. Muy memoriosa y con ganas de hablar, ella nos relata que en su niñez había tenido la suerte de que cerca de su casa materna, había venido un parque con muchos juegos, y uno de esos era un tobogán muy grande y largo, el cual les gustaba mucho porque lo enceraban y les daban una alfombra; cuando se tiraban parecían que volaban, hasta que un día se fueron, lo dejaron armado, “nosotras, íbamos nos subíamos, y como estaba encerado todavía, nos poníamos una bolsa de arpillera y nos tirábamos”. se ríe y sus ojos se iluminan.
Ya casi terminando la charla le preguntamos si hay diferencia entre los juegos de antes y los de ahora, sentada en la mesa piensa un ratito y contesta: “Creo que antes había más juegos en los que podían participar todos, compartíamos más todos juntos, porque ahora los chicos se aíslan con la internet, los juegos individuales, los electrónicos”. Muy convencida dice que la diferencia está en que antes eran una fraternidad y los chicos de ahora priorizan otras cosas antes que el juego, “creo que los tiempos son otros, y se han ido acelerando, pero eso no quiere decir que antes era mejor que ahora, sino que son diferentes épocas”. Y termina diciendo “además los chicos ahora, desde chiquitos hasta los grandes están en la competencia de quién tiene el último celular, el último juego, en cambio en aquella época ¡éramos tan pobres! que nos conformábamos con poco”.


Conociendo otra infancia
                                 por Catalina Paolini

            La entrevista fue realizada a mi abuela, quien tiene 68 años. Opté por hacérsela a ella porque, al ser única hija y de otra generación, me pareció muy interesante poder conocer una infancia distinta a la mía.

            Al llegar a su casa, le conté sobre la entrevista y de qué se trataba.
            Enseguida, mi “Ababa”(abuela), muy entusiasmada, me invitó a que nos sentáramos en la cocina y juntas comenzamos un emotivo y entretenido viaje a su pasado.

            Le pedí que me cuente sobre cuáles eran los juegos con los que solía pasar su tiempo de niña.
            Sus recuerdos rápidamente se cargaron de nostalgia, parecían muy lejanos pero, al mismo tiempo, estaban muy presentes en su memoria. La emoción fue inevitable, las lágrimas le empañaron sus ojos, y mi abuela, feliz, como si volviera a ser niña otra vez, comenzó a nombrar uno tras otro los juegos de su niñez: la payana, la soga, la estatua, la loca, el tesoro escondido, las muñecas de porcelana (mencionó que sus padres le habían regalado una muñeca de goma), los juegos de mesa, los libros de cuento, los disfraces, los radioteatros que escuchaba en familia y luego jugar a ser ese personaje, el tobogán, el sube y baja y las hamacas.

       A la pregunta de con quién jugaba respondió: “Todos estos juegos eran con mis papás, abuelos y muy pocas veces con mis primos” y, un poco apenada, me comentó que esto se debía a que  fue hija única y sus padres la sobreprotegían mucho, no permitiendo que fuera a jugar a casa de sus amigos, al jardín de infantes; y prefirieran que solo juegue en su casa, la de sus primos o sus abuelos.
Esta pregunta entristeció un poco su relato, porque le hubiera gustado poder compartir cosas con chicos de su misma edad, pero manifestó no sentirse frustrada por esto, porque mi abuela rememora su infancia como una etapa muy feliz de su vida, llena del amor, cariño y afecto de sus padres, a los que recuerda permanentemente y tuvo presente durante toda la entrevista.
            Mi abuela tampoco hizo actividades extraescolares porque no era algo común en esa época, ya que eran muy pocas las familias que tenían los recursos para que sus hijos hicieran alguna actividad.

            Realizar esta entrevista fue una de los trabajos mas lindos que me ha tocado hacer hasta este momento, porque gracias a él no solo conocí  otra forma de vida y otras costumbres, sino que también descubrí parte de la historia de mi familia que me sirven para entender cómo es mi abuela, acercarme más a ella y hacerle sentir un poco del cariño que ella tanto extraña.








jueves, 29 de septiembre de 2011

Lecturas realizadas en el Taller II

A fin de utilizar el libro como obra de análisis para la confección de un informe de lectura -además del objetivo de seguir promoviendo la lectura desde la cátedra-, las alumnas recientemente han leído el libro de Charles Perrault, "Los cuentos de mamá Oca". Este es otra de las raíces literarias escritas con que cuenta la literatura infantil, ya que los cuentos tradicionales y populares (que Perrault recogió y readaptó, en similar tarea a la realizada por los hermanos Grimm en Alemania más de cien años después) son el territorio maravilloso donde los relatos para los niños siguen encontrando historias que, a través de los tiempos, no pierden vigencia.
Esta segunda lectura implicó una inevitable comparación, ya que Perrault, por un lado, y los hermanos Grimm, por el otro, si bien trabajan con el mismo material popular, labraron a los relatos desde una impronta muy diferente: los Grimm, conservando la atemporalidad y tratando de ser lo más fieles posibles a las versiones originales, y Perrault, imprimiendo en los cuentos todos los rasgos de su propìa época, sus guiños humorísticos y una serie de moralejas que señalan, al final de cada desenlace, cómo se premia al bien y se castiga al mal.

ALUMNAS CRONISTAS

La crónica es un formato textual donde coexisten la narración, la descripción y los comentarios o puntos de vista personales. Por ello, constituye un género ideal para expresar vivencias que necesitan ser dichas más allá que desde un lenguaje frío y objetivamente informativo. Tal es el caso de las prácticas escolares, ya que la construcción y la lectura de la crónica dan paso a la reflexión y autoevaluación de lo transitado.
Las alumnas de la cátedra han incursionado en este tipo de texto, bajo la consigna de plasmar sus primeras experiencias en el Tobar.
A continuación, presentamos una selección de estos textos.





SERÉ LO QUE YO QUIERA SER
                                                 por Stella Suárez
 
Todo comenzó a finales del mes de noviembre del año 2009, en una secundaria privada ubicada en la calle Juan Perón, de ventanas y  puertas muy altas, de color marrón oscuro, de pocas aulas, que encerraban un aroma a libros que hace décadas no se usan
 –me hacían recordar a mi abuela- pero donde, a la vez, corría un aire fresco de  “volver a empezar” como decían los dossier que usaban los alumnos para estudiar. Allí cerré una etapa cuando pasaron dos noviembres –largos- donde los chicos no mostraban entusiasmo, pero donde  yo era feliz: “No quiero venir más”, “mañana no vengo, no tengo ganas” decían mis compañeros; en cambio yo, soñaba con el día de la colación y en tener mi diploma.
 
Me levantaba a las cinco de la mañana y hasta las siete y media estudiaba, hacía tareas y mi suegro que se asombraba: “Qué haces, mujer, a esta hora” dijo muchas veces cuando salía a repartir diarios, al verme enfrascada ya en mis actividades de la escuela.
 
A las ocho de la mañana levantaba a mis hijos, Patricio -un pícaro de nueve años- y a Bianca- mi princesa de siete años-, con el desayuno listo para comenzar el día.        Además siempre había algo para hacer: maestra particular, natación, escuela, fútbol, patín,  algún cumpleaños de por medio, atender la casa, el marido, lavar,  cocinar-ahora que pienso no entiendo cómo lo hacía- .Muchos decían: “pará un poco”, “nena vas a explotar un día de estos”. Pasé por malos momentos donde mi ánimo era una montaña rusa. “Si vos quisiste ir, no vayas más y listo” decía mi marido.
 
Amigos, familiares, vecinos, preguntaban ¿qué vas a hacer cuando te recibas? Y decir que sería docente del nivel inicial, despertaba en las otras personas muchas opiniones –la mayoría negativas-: “vas a quedar para el psicólogo”, “¿estás segura?”,  “estudia otra cosa mejor” pero,   de diez, tres me felicitaban, y las cosas buenas fueron las que escuché.


 
Finalmente estaba yo, en diciembre del año 2011 inscribiéndome en el Instituto de Formación Docente Carolina Tobar García, para ser “seño” -como dicen los chicos.  
Me atendió una amable señora de cabello oscuro muy corto, ojos marrones café, de estatura media quien, con una simpática sonrisa, me dijo: “Se inscriben cincuenta alumnas, para agosto quedan treinta y cinco, veinte llegan a fin de año y doce terminan la carrera”-¿qué divina no?-. 
 
Comenzó marzo- qué nervios-y con él, las clases, las tareas, los compromisos, responsabilidades, preocupaciones pero lo mejor es que también llegaron las amistades nuevas, alegrías y mucho entusiasmo. Ahora tengo un guardapolvo a cuadritos azul, mochila –pesada- , una cartuchera que parece ser un arcoiris de tantos colores que hay dentro. El primer día fue un desafío, tantas inseguridades, tanto miedo y miles de preguntas pasaban por mi cabeza: ¿Qué hago acá?, no conozco a nadie, todas chicas jóvenes y yo con mis veintiocho, ¿podré un año más?, ¿aguantará mi cabeza tantas cosas nuevas?, ¿qué hago si fracaso?

El primer parcial llegó-qué desilusión- me fue mal, muy mal; ahora era yo la que no quería ir más, esto es demasiado para mí,  pensaba cada vez que lo miraba, un infierno recorría cada vena de mi cuerpo y una murga tocaba en mi cabeza, venían aquellos recuerdos donde mi hermano se burlaba de mí, de mis notas, queriéndome convencer de
que nunca sería nadie,  pero gracias a esas divinas compañeras nuevas –que insistieron mucho-no dejé de ir. El segundo parcial fue un salvavidas en medio del mar, en ese momento sentí que podía, sólo tendría que esmerarme un poco más, no en superar a otros, sino en mejorar lo que fui un año atrás, algo que aprendí de alguien muy querida que me decía: “Supérate a vos misma”.
 
Así empezó la historia de la Señorita de Nivel Inicial: Stella Suárez, que nunca llegará a un final.





Primeras experiencias en el Tobar.
                                              por Nadia Marignani
Aunque pasó ya bastante tiempo, recuerdo muy bien lo que sucedió ese anhelado, y a la vez, condenable día: El primer día en el Tobar
Recuerdo que mi alrededor estaba más exaltado que yo, pero mi interior me manifestaba que tenía que hacer algo, algo para sacarme esa ansiedad, que tenía mezcla de todo. Tristeza por no seguir con mis compañeras de secundaria, miedos por dar un mal ejemplo, fracasos que te siguen aunque la gente no lo ve, sueños que seguirán latentes, intriga, interrogantes.
Eran  alrededor de las cuatro de la tarde y no encontraba qué ponerme, acababa de darme la segunda ducha del día, empecé a revolver ese robusto ropero que se encuentra del lado izquierdo de la ventana, que da para la calle. De tanto dar vueltas y prácticamente dejar vacío el ropero, decidí ponerme cualquier cosa que fuese fresca.
Eran ya para ese entonces las cinco de la tarde, preparé un tereré para compartir con mi novio y, al terminar el termo, agarré mi cuadernillo y una birome y decidí partí para el instituto.

Había tanta gente, ¡todos apretujados con el calor que hacía! Busqué rápido un asiento vacío, apresuré mi paso y me senté; gracias a Dios estaba cerca de la puerta, "pero muy lejos de los docentes", dije para mí. Esa silla me trajo algunos problemas; me dificultó para oír lo que los profesores nos decían; y mantuve mi boca cerrada, sin hacer funcionar mis cuerdas vocales el resto de toda la clase, aunque por dentro hablaba con mi yo. Estando allí decidí que la próxima vez no volvería a sentarme en ese lugar, donde no se escucha nada. Traté de agudizar mis oídos para escuchar lo que se hablaba y algunas palabras pude oír, aunque me encontraba en el fondo. Esa tarde se presentaron los profesores, las preceptoras y la adorable Erlinda, la quiosquera. Hasta ese entonces más que una facultad parecía una gran familia.
Saqué mi cuadernillo y completé solamente una carilla de la hoja. Nos explicaron detalladamente las cosas que había en el cuaderno del propedéutico que habían hecho para nosotros, dónde lo podíamos conseguir y el valor.
En el cuadernillo anoté cosas como las condiciones de alumno regular, algunos dibujos sin sentido, algunas cosas que se tenían que llevar para clases siguientes y el límite de faltas.
Al terminar la clase junté mis pertenencias y me marché, con preguntas y respuestas que cruzaban en mi cabeza, me alegré al pensar que la nueva carrera que había elegido podía ser para mí, pero tratando de no poner todas mis expectativas, para no desilusionarme, de nada de lo que pudiese suceder durante esos largos cuatro años.




Todo parece tan distinto.
                                             por Laura Bravo

Había llegado el día, lunes 14 de marzo; a las 17:00 hs comenzaría el curso propedéutico, en mi querido Tobar. Cuánto lo había extrañado estos últimos tres años; me preguntaba cuánto permanecería igual.
Como es mi costumbre, llegué media hora antes, con muchos nervios por conocer a mis nuevos compañeros, pero mi estado de ansiedad comenzó a desaparecer, cuando se acercó Herlinda y me  dijo: -“Hola, mi querida”- . Qué lindo, Herli seguía en el Tobar, la mamá de todos, siempre con una gran sonrisa.
De a poco se iba llenando el patio con rostros nuevos, en cuyos ojos se advertía que para ellos el Tobar era cosa nueva; mientras que se cruzaba por mi mente que algunas de esas personas serían mis futuros compañeros, y los miedos a si les caería bien.
Alrededor de las 17:30 hs. apareció en el patio alguien a quien recordaba muy bien, Fernanda, para informarnos en qué aula se iba a llevar a cabo el curso, pero la verdad era que yo ya sabía dónde era. El aula más grande del Tobar, en la cual había hecho mi primer año, allá por el año 2005.
En el trayecto del patio  comencé a observar si algo había cambiado; me encontré con que la biblioteca no estaba más y que en su lugar se observaba que iba haber otro curso. Y me pregunté dónde se encontraría ahora y si seguiría estando Andrea.

Recorrí unos metros más y ahí estaba el aula con su puerta verde y su ventanal, atravesé el umbral y me ubiqué en un lugar; la verdad es que no me acuerdo de los rostros de las compañeras que se sentaron conmigo pero sí observé que había muchas caras conocidas.
Una vez todos ubicados y en silencio, llegó el momento de la presentación de los profesores, y sus palabras de bienvenida.
Al terminar esto, se explicó en qué consistía cada profesorado y las formas de evaluación, y un poco de la historia de cómo se había creado el Tobar. Y la verdad es que me puso muy contenta de enterarme que habían vuelto las materias por promoción; cuánta presión menos iba a tener a fin de año. Conforme iba pasando el tiempo iba descubriendo que algunas cosas seguían igual y otras habían cambiado un poco.
Este primer día llegaba a su fin, y así  fue que nos despedimos de los profesores, y me retiré del instituto, ya más relajada, pero con mucha expectativa por los días que vendrían.
Hice el mismo trayecto que hacía antes –años atrás- para irme a casa, el que me trajo miles de recuerdos; cuántas veces lo había hecho para ir al Tobar: a veces, con nervios y miedo cuando tenía que rendir un parcial o un final y otras, con pocas ganas de ir a clase.
Pero extrañaba algo, mejor dicho a alguien: a mi amiga Naty quien, cuando le dije que volvería al Tobar, me respondió:-“Yo ni loca vuelvo. Pero te deseo la mejor de la suerte”-.
Llegué a mi casa donde me estaba esperando mi hija Pía y mi esposo, quien me preguntó cómo me había ido. Le conté todo lo que habíamos realizado y lo bien que me había sentido.
Y puedo decir que no me arrepiento de haber vuelto y que ser docente del Nivel Inicial es mi vocación.



 Todo parece tan distinto.
                              por Ailén Scévola

Ailén siempre fue una persona tranquila; aunque todo parecía costarle el doble porque su timidez le impedía mostrarle al mundo su verdadera personalidad.
Finalizado el año 2007, la esperaba el gran interrogante que todos comparten al terminar su escuela secundaria. Ailén no tenía definido aún su destino, no obstante sabía que su vocación se encontraba dentro de las ciencias humanísticas.
En las largas conversaciones con su mamá, esta siempre le sugería “¿Por qué no te dedicas a la docencia hija, si sabes que te gusta?”, pero ella no estaba decidida.
El tiempo fue transcurriendo, así fue que comenzó en febrero de 2008, a cursar la Tecnicatura en Acompañamiento Terapéutico en la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
Pasando los años comenzó a sentir que el camino que estaba transitando no era el correcto. Pero el miedo a defraudar a sus padres era tan grande que siguió.
Siempre se caracterizó por ser una persona a quien le interesaba mucho la opinión de los demás, y cuando ella lograba sacar afuera sus emociones y sentimientos (sabiendo que le costaba) sus amigos y familiares, insistían en que ella debería terminar esa carrera que había empezado;“porque las cosas no se dejan por la mitad” , solían decirle.
Finalizando el año 2010, Ailén le comentó a su familia que comenzaría el Profesorado en Nivel Inicial; fue ahí que comenzó a sentirse liberada, aunque no había persona que no le expresara que dos carreras no iba a poder hacer.
Sin embargo, comenzando el 2011, tomó coraje y decidió inscribirse en el Instituto de Formación Docente “Dra. Carolina Tobar García”.  Recuerda siempre que el día que alcanzó los papeles la atendieron dos personas muy amables y simpáticas, y fue ahí que ella asocia su experiencia en la universidad anterior y pensó “todo parece ser tan distinto”, y salió del instituto muy satisfecha.

El día del inicio del curso propedéutico había llegado ese lunes 14 de marzo; fue el día en que Ailén no podía disimular su ansiedad, ya que comenzaba un nuevo sueño en un lugar distinto, con personas completamente desconocidas. Siempre tiene en cuenta que todo lo nuevo, es un gran cambio pero siempre es bueno. Así que esperó ansiosa las 17hs, y con la única persona que conocía (hasta el momento) marchó al Tobar.
Cuando llegaron, el aula magna estaba completa, y no hubo otra opción que sentarse en el primer banco; los nervios colmaban a esta joven, pero ella se sentía más que feliz.
Esa misma semana ella conocería a sus nuevas compañeras, hasta el momento no identificaba cuáles eran, ya que el curso propedéutico era compartido con los alumnos de Artes y Educación Especial.
Con la ansiedad que la caracteriza conoció a sus nuevas compañeras; “todas parecían muy alegres”, recuerda.
Hoy ,14 de agosto, el curso propedéutico parece ya lejano, los meses han pasado y Ailén ya forma parte de las alumnas del Instituto.
Su vida dio un cambio radical, ya no tiene miedo a la equivocación, sino que, al contrario, cree que equivocarse forma parte del crecimiento y del aprendizaje.
Ailén no puede comprender el tiempo que perdió en búsqueda de su vocación, y asegura que encontró, en la docencia, el motor de su vida.

Todo parece tan distinto…
                                 por Cielo Martinez
    
    El año 2011 había comenzado. Sería un año diferente, cargado de desafíos, gente nueva y grandes cambios. Ella estaba lista para comenzar esa etapa nueva en su vida. ¿Estaba lista?, en realidad, no. La invadían grandes nervios y curiosidades. Muchas preguntas sin respuestas y un sueño que cumplir.

    Cielo ingresó al Instituto de Formación Docente "Dra. Carolina Tobar García" junto con unas amigas del secundario. Antes de atravesar la puerta, ella las miró y les dijo: ¡Allá vamos! Si bien no todas compartirían la misma carrera, el entrar juntas fue un gran alivio.
    Había muchos jóvenes esperando en el patio, todos estaban "en la misma". Nervios, cuadernillos en blanco esperando ser escritos, lapiceras y muchas historias por compartir. Esperaban la indicación de algún superior que les dijera hacia dónde debían ir.
    Todo sería tan distinto... Nuevas compañeras y profesores, materias extrañas, un lugar que todavía no había podido recorrer. Por un instante quiso estar nuevamente en el secundario, en aquella escuela que la había visto crecer y jugar. Allí donde todos la conocían y donde se sentía como en casa. Aunque sabía que era imposible: había crecido y elegido estar ahí.
    El cambio no dejaba de parecerle atractivo e interesante, sabía que eso la haría feliz y que era lo que tanto había esperado.
    El propedéutico le sirvió para ir grabando algunas caras y nombres, para ir conociendo a quienes serían sus futuras compañeras. 
    Todos los días, mientras se preparaba para ir, se preguntaba: “¿Qué nos harán hacer hoy?”. Varias tareas y actividades la hicieron sentir motivada y, de a poco, fue perdiendo la timidez. Cielo ya no era la misma que la que había entrado ese lunes 14 de marzo.
    Finalmente, el curso terminó y comenzaron las clases normales. El cambio había sido grande, pero se había superado. Ella estaba segura de que ése era su lugar. Sabía que no estaba sola, iba de la mano de un grupo de compañeras. Juntas iban a crecer y aprender para llegar a ser algún día MAESTRAS JARDINERAS con muchas ganas de superarse.  


                       Adentrarse en mi realidad
                                                           por Evelyn Farabello

Desde que empecé el primer día en el Tobar hasta el día de hoy, siento que no tengo ni las mismas ganas, ni el mismo entusiasmo ni la motivación para seguir estudiando; parece que todo eso que sentía a principio de año, a medida que iba conociendo todo lo que me iba a rodear, se fue esfumando con el pasar del tiempo. 
No me siento con la misma confianza que tenía al principio, y ni siquiera me puedo acordar por qué elegí esta carrera.
A veces agarro mis útiles y me pregunto ¿qué estoy haciendo?, ¿de qué vale tanto esfuerzo?, y sin decir una sola palabra más, marcho hacia el Tobar.
Cuando estoy en clase quiero hacer de cuenta que no existe el mundo exterior, que es algo que está aparte; trato de concentrarme pero en algunos casos es imposible, por más que mi cuerpo esté dentro del aula y sentado  sobre esa silla tomando apuntes, no puedo evitar dejar que mi mente vaya hacia esa realidad que quiero dejar atrás al entrar aquí.
Y es ahí cuando me pregunto si realmente necesito estar acá porque es para mi futuro, o si estoy acá para satisfacer a alguien.
Hay veces en que las situaciones me sobrepasan; y es entonces cuando llego al Tobar con un malhumor desbordante y si alguna compañera me dice algo, sé que mi respuesta no va a ser grata.
Es que con el solo hecho de llegar y entrar al Tobar, me da la sensación de que estoy perdida, que estoy en una realidad ajena a la mía. No me siento cómoda.
No creo que pueda tres años más, estoy muy cansada.
¿Será que Maestra Jardinera no es realmente lo que quiero hacer por el resto de mi vida?, me pregunto algunas veces.  No es muy difícil respondérmelo porque tengo tantos sueños que cumplir, y tantas cosas que hacer que no me da el tiempo para todo, y termina siendo solamente una triste utopía.
Amo escribir, y sé que tengo muchas cosas para contarle al mundo, pero no sé cómo o por dónde empezar, y siento que pierdo mi tiempo estudiando en el Tobar.
Pero a su vez, me cuestiono, ¿debo dejar el Tobar? ¿qué voy a hacer el resto de mi vida?
A esos interrogantes los tengo cada mañana.
Al levantarme de mi cama, miro todo lo que me rodea, mi realidad. ¡No vale la pena!, ¿con qué necesidad sigo estudiando?- me cuestiono. Y emprendo la marcha hacia un nuevo día.

¨Estudia algo sino nunca vas a ser nadie¨- me decía mi madre. Y creo que tiene algo de razón. Pero todos somos alguien por más que estudiemos o no.
Tengo muchas presiones de todas partes, y hay veces en que me alejo de la realidad y me envuelvo en la mía; sólo cierro mis ojos e imagino mi vida realizando mis sueños.
Es hermoso el mundo que imagino, y me encierro en él para poder olvidarme por unos segundos de las responsabilidades que me rodean y sentirme libre, floja, desprendida.
El Tobar que yo sentía como un desafío, desapareció.
Ahora sólo se convirtió en un mar de problemas cargado de fotocopias, parciales y malos momentos en el cual me hundo y sé que, tarde o temprano, voy a terminar ahogándome; y no quiero eso, quiero progresar, tener mi título y salir para adelante; vencer todos los impedimentos y llegar a ser una buena maestra jardinera.
No es fácil, pero tengo que lograrlo, debo seguir adelante. No quiero la ayuda de nadie, me tengo que valer por mí misma.


Mis nuevas compañeras
                             por Rocío Márquez Rodriguez
Todo  empezó cuando elegí la carrera de Educación Inicial, al igual que mi compañera de la secundaria. En diciembre, una tarde de mucho calor, me dirigí a Concepción del Uruguay para poder inscribirme. Ya había buscado en internet  la dirección del Instituto y qué papeles debía presentar; inmediatamente le comenté a mi compañera porque quería que se anotara rápido así me quedaba tranquila que el primer día iba a ir con alguien conocido. Cuando se estaban terminando los días de la inscripción, junto a mi compañera, nos enteramos que dos chicas más de Basavilbaso iban a estudiar con nosotras; inclusive con una de esas chicas he compartido muy lindos momentos ya que forma parte de mi familia.

Las cuatro decidimos viajar todos los días, aunque cuando empezamos el curso propedéutico  no teníamos el colectivo municipal funcionando en la ciudad, así que teníamos que viajar en otros colectivos, en los cuales el costo era elevado por los continuos viajes.  Salimos a las 16:00 hs. de la tarde, llegamos 10 a 15 minutos retrasadamente al curso -aunque los profesores ya conocen nuestra situación-, y más tarde para volver a Basavilbaso debemos esperar hasta las 23:30 hs.
Desde el principio las cuatro chicas nos quedábamos juntas, pero con el paso de los días en el Tobar, nos fuimos conociendo más  y llegamos a tener una buena relación con las demás; nunca pensé que nos íbamos a relacionar tan bien, es así que compartimos lindos momentos dentro y fuera del aula. Al salir siempre hay alguna que nos invita a su casa a comer, tomar mate, porque saben que tenemos que esperar hasta poder llegar a nuestras casas.
Es así que en esta primer parte del año, me llena de satisfacción poder compartir todos los días con estas chicas, que desde un primer momento,
mostraron sus buenas intenciones hacia mí.



Todo parece tan distinto.
                         por Silvina Schwartz

Cuando las vacaciones del 2011 iban llegando a su fin, por mi mente corrían infinitos pensamientos e interrogantes acerca de cómo sería este nuevo año para mí.
Entretanto conseguí formarme la idea de que iba a ser un gran cambio, pero sin tener muy en claro lo que éste incluiría.
Comenzar el nivel terciario resultó curioso y a la vez causó muchos temores en mí.
¿Será difícil?, ¿seré capaz de lograr lo que deseo?, ¿y si me va mal?, ¿cómo serán mis nuevas compañeras? eran algunas de las tantas preguntas sin respuestas concretas que se me cruzaban por la cabeza.
Además, sabía que, al no tener otra alternativa, tendría que viajar todos los días a Concepción del Uruguay. Debido a esto me brotaba la sensación de que iba a resultar muy complicado tener que acostumbrarme a esa nueva rutina.
Pero cuando menos lo pensé, en un abrir y cerrar de ojos aparecí en un lugar desconocido, sentada dentro de un gran aula, con chicas también desconocidas y una profesora hablando de parciales, del 80% de asistencias y de fotocopias que debíamos sacar.
Mientras la escuchaba miraba a mi alrededor y veía una multitud de caras nuevas y no podía creer lo rápido que había pasado el tiempo. ¡Parecía como si fuese ayer que estaba en el colegio con mis compañeros festejando los goles de la selección argentina!
De a poco fui conociendo un lugar nuevo que me despertaba mucha curiosidad: el Instituto de Formación Docente “Dra. Carolina Tobar García”, en el cual ya estoy cursando 1º año de Nivel Inicial, y es aquí donde por cuatro años tendré que adaptarme a ese gran cambio. 
“Al terminar la secundaria, lo que les espera después es muy distinto”, nos decían las profesoras en el colegio. Y hoy puedo decir que lo estoy comprobando, que realmente es así. Pero no es el fin del mundo y muchos de los miedos que tenía en un principio, ya no existen.

No me atrevo a decir que “todos” los miedos desaparecieron, porque al saber que se aproximan parciales, trabajos prácticos y que cuando menos quiera acordar ya llegará fin de año nuevamente y los exámenes finales estarán esperándome, pienso que no voy a poder con todo. Pero tampoco olvido que está de por medio un objetivo, MI objetivo, lo que tanto deseo: ser una gran maestra jardinera y sé que con esfuerzo, dedicación, responsabilidad, interés y esperanza podré lograrlo.
Por eso debo enfrentar lo desconocido para seguir avanzando y en un futuro aplicar lo aprendido en la realidad.