miércoles, 23 de noviembre de 2011

Adaptaciones sobre cuentos de Andersen

Las alumnas hallaron un bello material sobre cuentos de Andersen: dos de sus cuentos inolvidables readaptados en producciones audiovisuales

El primera, La sirenita en un corto de origen japonès...


Y el segundo, La niña de las cerillas, en un encantador relato con los tintes de Disney...

jueves, 17 de noviembre de 2011

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Hans Christian Andersen y una animación en base a La niña de las cerillas

El último narrador leído en el Taller, este año, ha sido el danés Hans Christian Andersen, a quien le debemos cuentos inolvidables como El patito feo y La sirenita.
Comparto este audiovisual basado en La niña de las cerillas, otra de sus historias más conmovedoras y reconocidas.

Entrevistas y juegos de antaño

A fin de investigar sobre los juegos típicos de  las infancias de otras generaciones , las alumnas realizaron diversas entrevistas. Además, este trabajo tuvo otros objetivos: articular contenidos con la cátedra de Corporeidad, y practicar las estructuras y modos de lenguaje propios tanto de la entrevista tradicional como de la narrada. Esta última es una especie de "crónica de una entrevista", y en ella se combina las citas directas e indirectas, con descripciones y narraciones. A
A continuación, algunas de las entrevistas narradas que fueron seleccionadas para este blog:



"Encontrábamos la manera de divertirnos con poco…"
                                                                            por Cielo Martinez

    Magdalena Bel tiene 70 años y es mi abuela materna. Vivió en el campo desde muy pequeña y concurrió a la escuela rural más cercana.
     Esta entrevista se la realicé en su casa de Colón, donde vive actualmente, con el objetivo de indagar y conocer algunos juegos tradicionales de su infancia.
    Mientras cocinaba, ella fue recordando recreos, compañeros, maestros y, sobre todo, la escuela en la que creció y aprendió tanto.
    Lo primero que le pregunté fue por aquél juego que más le gustaba. Enseguida, poniendo cara pensativa, me dijo que su favorito era la payanca; al notar mi asombro, rió y dijo: “Se jugaba con cinco piedras que tenían que ser chiquitas, bien redondas y, si eran blancas, mucho mejor. Siempre las teníamos en el bolsillo por si se presentaba el momento de jugar.”
    También me contó que solían sentarse en ronda con las piernas cruzadas y que cada uno, en su turno, tiraba una piedrita hacia arriba y, al mismo tiempo, tomaba una de las que estaban en el piso. “Ese primer paso se llamaba “de uno”, afirmó.
    Luego hacían lo mismo, “de dos”, “de tres” y “de cuatro”. Tenían que tomar en un movimiento rápido ese número de piedras mientras la otra estaba en el aire. Después venía “el pique”, en el que, con todas las piedras en la mano, tiraban una de ellas hacia arriba y debían volver a agarrarla antes de que cayera al piso. “En este paso era común que, al intentar atraparla en el aire, la piedra rebotara contra las otras y cayera, lo que significaba que el participante perdía su turno”, contó.
    Luego, tomó cinco semillas de zapallo que tenía a su alcance en la cocina. Intentó volver a jugar comentando que, cuando era chica, tenía mucha rapidez en el movimiento de sus manos ya que jugaban muy seguido. “Con el tiempo me fui convirtiendo en una mala jugadora; será cuestión de volver a practicar”, admitió riendo.
    El último paso del juego era el puente. Para éste, formaban un arco en el piso que consistía en el dedo índice colocado sobre el mayor. El jugador tenía que tirar las piedras al piso frente al puente y el otro compañero elegía una de ellas; en lo posible una que dificultara el paso de las otras piedras por debajo del puente. El jugador ganaba si, mientras tiraba una de las piedras al aire, pasaba el resto de a una debajo del puente, dejando para el final la elegida por el otro compañero. “Toda una ciencia”, agregó.
    Le pregunté, también, qué otro juego recordaba además de ese. Después de un pequeño silencio, me dijo que solían jugar a “La palma”. Para eso, se separaban en dos grupos y formaban dos hileras enfrentadas. Definían qué grupo comenzaba a jugar haciendo el “pan y queso”.
    “El juego consistía en ir tocando la palma de la mano de cada uno de los que estaban en el grupo contrario y, cuando decía “palma” en una de las manos, ése debía correrlo. Si llegaba a su lugar antes de que lo atrape, seguía jugando y, si lo cazaban antes, tenía que abandonar el juego. Ganaba aquel jugador que permanecía en su lugar sin haber sido atrapado nunca”, me explicó entusiasmada.
    También recordó otros juegos muy comunes como las escondidas, saltar la cuerda, el huevo seco, el tatetí o los milicos.
Entrevistora y entrevistada: Cielo y su abuela.
    “¿Se valoraba el juego dentro de la escuela?”, pregunté. “Muchísimo”, me dijo ella. Recordó que cuando tocaba la campana para ir al recreo salían enseguida todos juntos. Su maestra no se perdía ni uno de los juegos; hacían rondas, canciones, jugaban a la mancha, a embocar piedritas en latas o algún otro juego que inventaban en el momento.
    Los días de lluvia construían barquitos de papel y los tiraban en el cordón cuneta. “¡Cómo nos divertíamos!”, anheló.
    Mientras recuerda aquellos tiempos, no puedo evitar pensar en que actualmente el juego está dejándose de lado y ya no se le da la misma importancia que antes. Los chicos muchas veces se pasan toda la tarde delante de la computadora o la televisión, y se pierden de lo lindo que es jugar al aire libre o compartiendo con otros amigos.
    “La mayoría de los juguetes eran hechos por nosotros; hoy en día eso no se ve”,  dijo. Y, lavándose las manos, recordó que le gustaba mucho armar muñequitos con choclos; la barba del choclo era el pelo del muñeco. “Encontrábamos la manera de divertirnos con poco”, concluyó.
    Su infancia marcó una etapa muy importante en su vida. Nunca va a olvidar a sus compañeros y, sobre todo, a la maestra que tanto le enseñó. Esos recuerdos quedarán para toda la vida en su corazón.  

“Esa era nuestra diversión”
Elsa Ester Dacuez, de 52 años, quien se desempeña actualmente como ama de casanos contará cuáles eran los juegos con los que se divertía durante su infancia.
Por: Lourdes Fleitas

    Nació en Concepción del Uruguay, pero sus padres vivían en Colonia Elía.
Cuando tenía uno o dos años, se fueron a vivir a Buenos Aires y estuvieron cuatro o cinco años, después volvieron y se quedaron acá, en Concepción, hasta ahora.
    “Siempre jugaba con mis dos hermanos, Viviana y Roberto; porque no nos dejaban salir a jugar con otros nenes o ir a alguna casa”, se lamenta. Al lado había una familia con cinco hijas, pero jugaban ellos en el patio de su casa y los otros en el patio de la suya, comentó.
Su lugar de juego era el patio de la casa y un galponcito que había en el fondo. También “durante los recreos, en el patio de la escuela”, afirma.
    “Por lo general hacíamos una casita adentro del galponcito y jugábamos a la mamá o a la tía. Armábamos ropita para la muñeca y hacíamos con las ristras de ajo las cunitas”, se ríe y muestra con sus manos 
cómo
 las hacían.
También  jugaban con zancos. Los armaban con un tarro de leche y una piola, “pasábamos la tarde entera”, se ríe recordando aquellos momentos.
    Su cara se 
entristece y hace que mi sonrisa decaiga, al recordar que desde muy joven debió comenzar a trabajar, “a los nueve años me mandaron a  trabajar  en casa de familia; hacía de niñera en lo de una vecina, entraba a las tres de la tarde y salía a las ocho de la noche; y cuando llegaba a mi casa me ponía a hacer las tareas, o sea que no podía jugar mucho”. 
Elsa, la entrevistada, y mamá de Lourdes, la entrevistadora.

    “Sábados y domingos sí eran días de juego, porque tampoco nos llevaban a pasear y ni siquiera televisión había”.
    Recuerda, que sólo dos veces a la semana los dejaban ir a mirar televisión a la casa de enfrente: “era el único hombre que tenía televisor y como vivía con una nieta íbamos los gurises del barrio a mirar
 El chavo. Esa era nuestra diversión”.
    En la escuela jugaban a la loca, a la mancha, al huevo podrido, a la rayuela, a  saltar la cuerda y al elástico. “A mí me gustaba mucho actuar, entonces siempre que había actos yo participaba. Pero a mí no me hacían ropa ni nada, siempre con el guardapolvo o a veces las maestras nos traían cosas para ponernos”, continúa.
    Los únicos juguetes que recuerda haber tenido eran muñecas de tela, que ellas mismas hacían con trapos viejos.
    “Nuestros  juguetes eran botellas, cajitas, piolitas, frasquitos, alguna olla vieja o una pava que se había roto, todas cosas que desocupaban de la cocina y nos daban para jugar”. Qué diferente a la actualidad ¿no?
    
Entristecida recuerda que los cumpleaños jamás se festejaban. Regalos únicamente para navidad o reyes. “Los regalos eran taza para la leche o ropa”, dice
.
    Para finalizar dijo que le gustaría contarnos una anécdota de su infancia
.  “Una vez, para Reyes, andábamos corriendo y jugando a la loca, de tardecita en el campo,  y nos encontramos con unos paquetes, los abrimos y miramos. Después se enteraron nuestros padres y nos dieron varios golpes, de ahí nunca más recibimos un regalo para Reyes, porque ya habíamos descubierto que eran nuestros padres”.




Patricia Retamar
“Éramos tan pobres”


Sus juegos de chica, que marcaron su infancia.
Por Stefanía Bentancourt

Ni computadoras, ni celulares último modelo. Patricia Retamar jugaba a otras cosas. En la cocina de su casa, rodeada de olores, recuerdos que vienen a su memoria, nos cuenta cuáles eran sus juegos en la infancia. Su juego consistía en hamacarse, jugar a la loca;  también se divertían con la payanga, que se jugaba juntando cinco piedras, y luego se desparramaban en el piso y con una piedra en la mano se juntaban las cuatro restantes, luego con dos y así sucesivamente hasta juntar de una las cinco piedras. “También hacíamos juegos de varones, jugábamos a las bolitas entre mujeres y varones” se ríe.
Otro juego que les gustaba era el gallito ciego, pero no sólo eso:  “Las nenas jugábamos a la mamá, a la cocinita, nuestras madres nos daban un poquito de arroz, un poco de yerba, y hacíamos casitas”.
Durante su relato se muestra muy contenta por un lado y nostálgica por otro. Mientras sigue cocinando nos cuenta cuáles eran los juegos que hacía en la escuela.

La riqueza de la infancia: los juegos y la imaginación.
 
“En la escuela eran juegos tranquilos” dice, “como la ronda de San Miguel, el huevo podrido”. Muy memoriosa y con ganas de hablar, ella nos relata que en su niñez había tenido la suerte de que cerca de su casa materna, había venido un parque con muchos juegos, y uno de esos era un tobogán muy grande y largo, el cual les gustaba mucho porque lo enceraban y les daban una alfombra; cuando se tiraban parecían que volaban, hasta que un día se fueron, lo dejaron armado, “nosotras, íbamos nos subíamos, y como estaba encerado todavía, nos poníamos una bolsa de arpillera y nos tirábamos”. se ríe y sus ojos se iluminan.
Ya casi terminando la charla le preguntamos si hay diferencia entre los juegos de antes y los de ahora, sentada en la mesa piensa un ratito y contesta: “Creo que antes había más juegos en los que podían participar todos, compartíamos más todos juntos, porque ahora los chicos se aíslan con la internet, los juegos individuales, los electrónicos”. Muy convencida dice que la diferencia está en que antes eran una fraternidad y los chicos de ahora priorizan otras cosas antes que el juego, “creo que los tiempos son otros, y se han ido acelerando, pero eso no quiere decir que antes era mejor que ahora, sino que son diferentes épocas”. Y termina diciendo “además los chicos ahora, desde chiquitos hasta los grandes están en la competencia de quién tiene el último celular, el último juego, en cambio en aquella época ¡éramos tan pobres! que nos conformábamos con poco”.


Conociendo otra infancia
                                 por Catalina Paolini

            La entrevista fue realizada a mi abuela, quien tiene 68 años. Opté por hacérsela a ella porque, al ser única hija y de otra generación, me pareció muy interesante poder conocer una infancia distinta a la mía.

            Al llegar a su casa, le conté sobre la entrevista y de qué se trataba.
            Enseguida, mi “Ababa”(abuela), muy entusiasmada, me invitó a que nos sentáramos en la cocina y juntas comenzamos un emotivo y entretenido viaje a su pasado.

            Le pedí que me cuente sobre cuáles eran los juegos con los que solía pasar su tiempo de niña.
            Sus recuerdos rápidamente se cargaron de nostalgia, parecían muy lejanos pero, al mismo tiempo, estaban muy presentes en su memoria. La emoción fue inevitable, las lágrimas le empañaron sus ojos, y mi abuela, feliz, como si volviera a ser niña otra vez, comenzó a nombrar uno tras otro los juegos de su niñez: la payana, la soga, la estatua, la loca, el tesoro escondido, las muñecas de porcelana (mencionó que sus padres le habían regalado una muñeca de goma), los juegos de mesa, los libros de cuento, los disfraces, los radioteatros que escuchaba en familia y luego jugar a ser ese personaje, el tobogán, el sube y baja y las hamacas.

       A la pregunta de con quién jugaba respondió: “Todos estos juegos eran con mis papás, abuelos y muy pocas veces con mis primos” y, un poco apenada, me comentó que esto se debía a que  fue hija única y sus padres la sobreprotegían mucho, no permitiendo que fuera a jugar a casa de sus amigos, al jardín de infantes; y prefirieran que solo juegue en su casa, la de sus primos o sus abuelos.
Esta pregunta entristeció un poco su relato, porque le hubiera gustado poder compartir cosas con chicos de su misma edad, pero manifestó no sentirse frustrada por esto, porque mi abuela rememora su infancia como una etapa muy feliz de su vida, llena del amor, cariño y afecto de sus padres, a los que recuerda permanentemente y tuvo presente durante toda la entrevista.
            Mi abuela tampoco hizo actividades extraescolares porque no era algo común en esa época, ya que eran muy pocas las familias que tenían los recursos para que sus hijos hicieran alguna actividad.

            Realizar esta entrevista fue una de los trabajos mas lindos que me ha tocado hacer hasta este momento, porque gracias a él no solo conocí  otra forma de vida y otras costumbres, sino que también descubrí parte de la historia de mi familia que me sirven para entender cómo es mi abuela, acercarme más a ella y hacerle sentir un poco del cariño que ella tanto extraña.