jueves, 29 de septiembre de 2011

ALUMNAS CRONISTAS

La crónica es un formato textual donde coexisten la narración, la descripción y los comentarios o puntos de vista personales. Por ello, constituye un género ideal para expresar vivencias que necesitan ser dichas más allá que desde un lenguaje frío y objetivamente informativo. Tal es el caso de las prácticas escolares, ya que la construcción y la lectura de la crónica dan paso a la reflexión y autoevaluación de lo transitado.
Las alumnas de la cátedra han incursionado en este tipo de texto, bajo la consigna de plasmar sus primeras experiencias en el Tobar.
A continuación, presentamos una selección de estos textos.





SERÉ LO QUE YO QUIERA SER
                                                 por Stella Suárez
 
Todo comenzó a finales del mes de noviembre del año 2009, en una secundaria privada ubicada en la calle Juan Perón, de ventanas y  puertas muy altas, de color marrón oscuro, de pocas aulas, que encerraban un aroma a libros que hace décadas no se usan
 –me hacían recordar a mi abuela- pero donde, a la vez, corría un aire fresco de  “volver a empezar” como decían los dossier que usaban los alumnos para estudiar. Allí cerré una etapa cuando pasaron dos noviembres –largos- donde los chicos no mostraban entusiasmo, pero donde  yo era feliz: “No quiero venir más”, “mañana no vengo, no tengo ganas” decían mis compañeros; en cambio yo, soñaba con el día de la colación y en tener mi diploma.
 
Me levantaba a las cinco de la mañana y hasta las siete y media estudiaba, hacía tareas y mi suegro que se asombraba: “Qué haces, mujer, a esta hora” dijo muchas veces cuando salía a repartir diarios, al verme enfrascada ya en mis actividades de la escuela.
 
A las ocho de la mañana levantaba a mis hijos, Patricio -un pícaro de nueve años- y a Bianca- mi princesa de siete años-, con el desayuno listo para comenzar el día.        Además siempre había algo para hacer: maestra particular, natación, escuela, fútbol, patín,  algún cumpleaños de por medio, atender la casa, el marido, lavar,  cocinar-ahora que pienso no entiendo cómo lo hacía- .Muchos decían: “pará un poco”, “nena vas a explotar un día de estos”. Pasé por malos momentos donde mi ánimo era una montaña rusa. “Si vos quisiste ir, no vayas más y listo” decía mi marido.
 
Amigos, familiares, vecinos, preguntaban ¿qué vas a hacer cuando te recibas? Y decir que sería docente del nivel inicial, despertaba en las otras personas muchas opiniones –la mayoría negativas-: “vas a quedar para el psicólogo”, “¿estás segura?”,  “estudia otra cosa mejor” pero,   de diez, tres me felicitaban, y las cosas buenas fueron las que escuché.


 
Finalmente estaba yo, en diciembre del año 2011 inscribiéndome en el Instituto de Formación Docente Carolina Tobar García, para ser “seño” -como dicen los chicos.  
Me atendió una amable señora de cabello oscuro muy corto, ojos marrones café, de estatura media quien, con una simpática sonrisa, me dijo: “Se inscriben cincuenta alumnas, para agosto quedan treinta y cinco, veinte llegan a fin de año y doce terminan la carrera”-¿qué divina no?-. 
 
Comenzó marzo- qué nervios-y con él, las clases, las tareas, los compromisos, responsabilidades, preocupaciones pero lo mejor es que también llegaron las amistades nuevas, alegrías y mucho entusiasmo. Ahora tengo un guardapolvo a cuadritos azul, mochila –pesada- , una cartuchera que parece ser un arcoiris de tantos colores que hay dentro. El primer día fue un desafío, tantas inseguridades, tanto miedo y miles de preguntas pasaban por mi cabeza: ¿Qué hago acá?, no conozco a nadie, todas chicas jóvenes y yo con mis veintiocho, ¿podré un año más?, ¿aguantará mi cabeza tantas cosas nuevas?, ¿qué hago si fracaso?

El primer parcial llegó-qué desilusión- me fue mal, muy mal; ahora era yo la que no quería ir más, esto es demasiado para mí,  pensaba cada vez que lo miraba, un infierno recorría cada vena de mi cuerpo y una murga tocaba en mi cabeza, venían aquellos recuerdos donde mi hermano se burlaba de mí, de mis notas, queriéndome convencer de
que nunca sería nadie,  pero gracias a esas divinas compañeras nuevas –que insistieron mucho-no dejé de ir. El segundo parcial fue un salvavidas en medio del mar, en ese momento sentí que podía, sólo tendría que esmerarme un poco más, no en superar a otros, sino en mejorar lo que fui un año atrás, algo que aprendí de alguien muy querida que me decía: “Supérate a vos misma”.
 
Así empezó la historia de la Señorita de Nivel Inicial: Stella Suárez, que nunca llegará a un final.





Primeras experiencias en el Tobar.
                                              por Nadia Marignani
Aunque pasó ya bastante tiempo, recuerdo muy bien lo que sucedió ese anhelado, y a la vez, condenable día: El primer día en el Tobar
Recuerdo que mi alrededor estaba más exaltado que yo, pero mi interior me manifestaba que tenía que hacer algo, algo para sacarme esa ansiedad, que tenía mezcla de todo. Tristeza por no seguir con mis compañeras de secundaria, miedos por dar un mal ejemplo, fracasos que te siguen aunque la gente no lo ve, sueños que seguirán latentes, intriga, interrogantes.
Eran  alrededor de las cuatro de la tarde y no encontraba qué ponerme, acababa de darme la segunda ducha del día, empecé a revolver ese robusto ropero que se encuentra del lado izquierdo de la ventana, que da para la calle. De tanto dar vueltas y prácticamente dejar vacío el ropero, decidí ponerme cualquier cosa que fuese fresca.
Eran ya para ese entonces las cinco de la tarde, preparé un tereré para compartir con mi novio y, al terminar el termo, agarré mi cuadernillo y una birome y decidí partí para el instituto.

Había tanta gente, ¡todos apretujados con el calor que hacía! Busqué rápido un asiento vacío, apresuré mi paso y me senté; gracias a Dios estaba cerca de la puerta, "pero muy lejos de los docentes", dije para mí. Esa silla me trajo algunos problemas; me dificultó para oír lo que los profesores nos decían; y mantuve mi boca cerrada, sin hacer funcionar mis cuerdas vocales el resto de toda la clase, aunque por dentro hablaba con mi yo. Estando allí decidí que la próxima vez no volvería a sentarme en ese lugar, donde no se escucha nada. Traté de agudizar mis oídos para escuchar lo que se hablaba y algunas palabras pude oír, aunque me encontraba en el fondo. Esa tarde se presentaron los profesores, las preceptoras y la adorable Erlinda, la quiosquera. Hasta ese entonces más que una facultad parecía una gran familia.
Saqué mi cuadernillo y completé solamente una carilla de la hoja. Nos explicaron detalladamente las cosas que había en el cuaderno del propedéutico que habían hecho para nosotros, dónde lo podíamos conseguir y el valor.
En el cuadernillo anoté cosas como las condiciones de alumno regular, algunos dibujos sin sentido, algunas cosas que se tenían que llevar para clases siguientes y el límite de faltas.
Al terminar la clase junté mis pertenencias y me marché, con preguntas y respuestas que cruzaban en mi cabeza, me alegré al pensar que la nueva carrera que había elegido podía ser para mí, pero tratando de no poner todas mis expectativas, para no desilusionarme, de nada de lo que pudiese suceder durante esos largos cuatro años.




Todo parece tan distinto.
                                             por Laura Bravo

Había llegado el día, lunes 14 de marzo; a las 17:00 hs comenzaría el curso propedéutico, en mi querido Tobar. Cuánto lo había extrañado estos últimos tres años; me preguntaba cuánto permanecería igual.
Como es mi costumbre, llegué media hora antes, con muchos nervios por conocer a mis nuevos compañeros, pero mi estado de ansiedad comenzó a desaparecer, cuando se acercó Herlinda y me  dijo: -“Hola, mi querida”- . Qué lindo, Herli seguía en el Tobar, la mamá de todos, siempre con una gran sonrisa.
De a poco se iba llenando el patio con rostros nuevos, en cuyos ojos se advertía que para ellos el Tobar era cosa nueva; mientras que se cruzaba por mi mente que algunas de esas personas serían mis futuros compañeros, y los miedos a si les caería bien.
Alrededor de las 17:30 hs. apareció en el patio alguien a quien recordaba muy bien, Fernanda, para informarnos en qué aula se iba a llevar a cabo el curso, pero la verdad era que yo ya sabía dónde era. El aula más grande del Tobar, en la cual había hecho mi primer año, allá por el año 2005.
En el trayecto del patio  comencé a observar si algo había cambiado; me encontré con que la biblioteca no estaba más y que en su lugar se observaba que iba haber otro curso. Y me pregunté dónde se encontraría ahora y si seguiría estando Andrea.

Recorrí unos metros más y ahí estaba el aula con su puerta verde y su ventanal, atravesé el umbral y me ubiqué en un lugar; la verdad es que no me acuerdo de los rostros de las compañeras que se sentaron conmigo pero sí observé que había muchas caras conocidas.
Una vez todos ubicados y en silencio, llegó el momento de la presentación de los profesores, y sus palabras de bienvenida.
Al terminar esto, se explicó en qué consistía cada profesorado y las formas de evaluación, y un poco de la historia de cómo se había creado el Tobar. Y la verdad es que me puso muy contenta de enterarme que habían vuelto las materias por promoción; cuánta presión menos iba a tener a fin de año. Conforme iba pasando el tiempo iba descubriendo que algunas cosas seguían igual y otras habían cambiado un poco.
Este primer día llegaba a su fin, y así  fue que nos despedimos de los profesores, y me retiré del instituto, ya más relajada, pero con mucha expectativa por los días que vendrían.
Hice el mismo trayecto que hacía antes –años atrás- para irme a casa, el que me trajo miles de recuerdos; cuántas veces lo había hecho para ir al Tobar: a veces, con nervios y miedo cuando tenía que rendir un parcial o un final y otras, con pocas ganas de ir a clase.
Pero extrañaba algo, mejor dicho a alguien: a mi amiga Naty quien, cuando le dije que volvería al Tobar, me respondió:-“Yo ni loca vuelvo. Pero te deseo la mejor de la suerte”-.
Llegué a mi casa donde me estaba esperando mi hija Pía y mi esposo, quien me preguntó cómo me había ido. Le conté todo lo que habíamos realizado y lo bien que me había sentido.
Y puedo decir que no me arrepiento de haber vuelto y que ser docente del Nivel Inicial es mi vocación.



 Todo parece tan distinto.
                              por Ailén Scévola

Ailén siempre fue una persona tranquila; aunque todo parecía costarle el doble porque su timidez le impedía mostrarle al mundo su verdadera personalidad.
Finalizado el año 2007, la esperaba el gran interrogante que todos comparten al terminar su escuela secundaria. Ailén no tenía definido aún su destino, no obstante sabía que su vocación se encontraba dentro de las ciencias humanísticas.
En las largas conversaciones con su mamá, esta siempre le sugería “¿Por qué no te dedicas a la docencia hija, si sabes que te gusta?”, pero ella no estaba decidida.
El tiempo fue transcurriendo, así fue que comenzó en febrero de 2008, a cursar la Tecnicatura en Acompañamiento Terapéutico en la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
Pasando los años comenzó a sentir que el camino que estaba transitando no era el correcto. Pero el miedo a defraudar a sus padres era tan grande que siguió.
Siempre se caracterizó por ser una persona a quien le interesaba mucho la opinión de los demás, y cuando ella lograba sacar afuera sus emociones y sentimientos (sabiendo que le costaba) sus amigos y familiares, insistían en que ella debería terminar esa carrera que había empezado;“porque las cosas no se dejan por la mitad” , solían decirle.
Finalizando el año 2010, Ailén le comentó a su familia que comenzaría el Profesorado en Nivel Inicial; fue ahí que comenzó a sentirse liberada, aunque no había persona que no le expresara que dos carreras no iba a poder hacer.
Sin embargo, comenzando el 2011, tomó coraje y decidió inscribirse en el Instituto de Formación Docente “Dra. Carolina Tobar García”.  Recuerda siempre que el día que alcanzó los papeles la atendieron dos personas muy amables y simpáticas, y fue ahí que ella asocia su experiencia en la universidad anterior y pensó “todo parece ser tan distinto”, y salió del instituto muy satisfecha.

El día del inicio del curso propedéutico había llegado ese lunes 14 de marzo; fue el día en que Ailén no podía disimular su ansiedad, ya que comenzaba un nuevo sueño en un lugar distinto, con personas completamente desconocidas. Siempre tiene en cuenta que todo lo nuevo, es un gran cambio pero siempre es bueno. Así que esperó ansiosa las 17hs, y con la única persona que conocía (hasta el momento) marchó al Tobar.
Cuando llegaron, el aula magna estaba completa, y no hubo otra opción que sentarse en el primer banco; los nervios colmaban a esta joven, pero ella se sentía más que feliz.
Esa misma semana ella conocería a sus nuevas compañeras, hasta el momento no identificaba cuáles eran, ya que el curso propedéutico era compartido con los alumnos de Artes y Educación Especial.
Con la ansiedad que la caracteriza conoció a sus nuevas compañeras; “todas parecían muy alegres”, recuerda.
Hoy ,14 de agosto, el curso propedéutico parece ya lejano, los meses han pasado y Ailén ya forma parte de las alumnas del Instituto.
Su vida dio un cambio radical, ya no tiene miedo a la equivocación, sino que, al contrario, cree que equivocarse forma parte del crecimiento y del aprendizaje.
Ailén no puede comprender el tiempo que perdió en búsqueda de su vocación, y asegura que encontró, en la docencia, el motor de su vida.

Todo parece tan distinto…
                                 por Cielo Martinez
    
    El año 2011 había comenzado. Sería un año diferente, cargado de desafíos, gente nueva y grandes cambios. Ella estaba lista para comenzar esa etapa nueva en su vida. ¿Estaba lista?, en realidad, no. La invadían grandes nervios y curiosidades. Muchas preguntas sin respuestas y un sueño que cumplir.

    Cielo ingresó al Instituto de Formación Docente "Dra. Carolina Tobar García" junto con unas amigas del secundario. Antes de atravesar la puerta, ella las miró y les dijo: ¡Allá vamos! Si bien no todas compartirían la misma carrera, el entrar juntas fue un gran alivio.
    Había muchos jóvenes esperando en el patio, todos estaban "en la misma". Nervios, cuadernillos en blanco esperando ser escritos, lapiceras y muchas historias por compartir. Esperaban la indicación de algún superior que les dijera hacia dónde debían ir.
    Todo sería tan distinto... Nuevas compañeras y profesores, materias extrañas, un lugar que todavía no había podido recorrer. Por un instante quiso estar nuevamente en el secundario, en aquella escuela que la había visto crecer y jugar. Allí donde todos la conocían y donde se sentía como en casa. Aunque sabía que era imposible: había crecido y elegido estar ahí.
    El cambio no dejaba de parecerle atractivo e interesante, sabía que eso la haría feliz y que era lo que tanto había esperado.
    El propedéutico le sirvió para ir grabando algunas caras y nombres, para ir conociendo a quienes serían sus futuras compañeras. 
    Todos los días, mientras se preparaba para ir, se preguntaba: “¿Qué nos harán hacer hoy?”. Varias tareas y actividades la hicieron sentir motivada y, de a poco, fue perdiendo la timidez. Cielo ya no era la misma que la que había entrado ese lunes 14 de marzo.
    Finalmente, el curso terminó y comenzaron las clases normales. El cambio había sido grande, pero se había superado. Ella estaba segura de que ése era su lugar. Sabía que no estaba sola, iba de la mano de un grupo de compañeras. Juntas iban a crecer y aprender para llegar a ser algún día MAESTRAS JARDINERAS con muchas ganas de superarse.  


                       Adentrarse en mi realidad
                                                           por Evelyn Farabello

Desde que empecé el primer día en el Tobar hasta el día de hoy, siento que no tengo ni las mismas ganas, ni el mismo entusiasmo ni la motivación para seguir estudiando; parece que todo eso que sentía a principio de año, a medida que iba conociendo todo lo que me iba a rodear, se fue esfumando con el pasar del tiempo. 
No me siento con la misma confianza que tenía al principio, y ni siquiera me puedo acordar por qué elegí esta carrera.
A veces agarro mis útiles y me pregunto ¿qué estoy haciendo?, ¿de qué vale tanto esfuerzo?, y sin decir una sola palabra más, marcho hacia el Tobar.
Cuando estoy en clase quiero hacer de cuenta que no existe el mundo exterior, que es algo que está aparte; trato de concentrarme pero en algunos casos es imposible, por más que mi cuerpo esté dentro del aula y sentado  sobre esa silla tomando apuntes, no puedo evitar dejar que mi mente vaya hacia esa realidad que quiero dejar atrás al entrar aquí.
Y es ahí cuando me pregunto si realmente necesito estar acá porque es para mi futuro, o si estoy acá para satisfacer a alguien.
Hay veces en que las situaciones me sobrepasan; y es entonces cuando llego al Tobar con un malhumor desbordante y si alguna compañera me dice algo, sé que mi respuesta no va a ser grata.
Es que con el solo hecho de llegar y entrar al Tobar, me da la sensación de que estoy perdida, que estoy en una realidad ajena a la mía. No me siento cómoda.
No creo que pueda tres años más, estoy muy cansada.
¿Será que Maestra Jardinera no es realmente lo que quiero hacer por el resto de mi vida?, me pregunto algunas veces.  No es muy difícil respondérmelo porque tengo tantos sueños que cumplir, y tantas cosas que hacer que no me da el tiempo para todo, y termina siendo solamente una triste utopía.
Amo escribir, y sé que tengo muchas cosas para contarle al mundo, pero no sé cómo o por dónde empezar, y siento que pierdo mi tiempo estudiando en el Tobar.
Pero a su vez, me cuestiono, ¿debo dejar el Tobar? ¿qué voy a hacer el resto de mi vida?
A esos interrogantes los tengo cada mañana.
Al levantarme de mi cama, miro todo lo que me rodea, mi realidad. ¡No vale la pena!, ¿con qué necesidad sigo estudiando?- me cuestiono. Y emprendo la marcha hacia un nuevo día.

¨Estudia algo sino nunca vas a ser nadie¨- me decía mi madre. Y creo que tiene algo de razón. Pero todos somos alguien por más que estudiemos o no.
Tengo muchas presiones de todas partes, y hay veces en que me alejo de la realidad y me envuelvo en la mía; sólo cierro mis ojos e imagino mi vida realizando mis sueños.
Es hermoso el mundo que imagino, y me encierro en él para poder olvidarme por unos segundos de las responsabilidades que me rodean y sentirme libre, floja, desprendida.
El Tobar que yo sentía como un desafío, desapareció.
Ahora sólo se convirtió en un mar de problemas cargado de fotocopias, parciales y malos momentos en el cual me hundo y sé que, tarde o temprano, voy a terminar ahogándome; y no quiero eso, quiero progresar, tener mi título y salir para adelante; vencer todos los impedimentos y llegar a ser una buena maestra jardinera.
No es fácil, pero tengo que lograrlo, debo seguir adelante. No quiero la ayuda de nadie, me tengo que valer por mí misma.


Mis nuevas compañeras
                             por Rocío Márquez Rodriguez
Todo  empezó cuando elegí la carrera de Educación Inicial, al igual que mi compañera de la secundaria. En diciembre, una tarde de mucho calor, me dirigí a Concepción del Uruguay para poder inscribirme. Ya había buscado en internet  la dirección del Instituto y qué papeles debía presentar; inmediatamente le comenté a mi compañera porque quería que se anotara rápido así me quedaba tranquila que el primer día iba a ir con alguien conocido. Cuando se estaban terminando los días de la inscripción, junto a mi compañera, nos enteramos que dos chicas más de Basavilbaso iban a estudiar con nosotras; inclusive con una de esas chicas he compartido muy lindos momentos ya que forma parte de mi familia.

Las cuatro decidimos viajar todos los días, aunque cuando empezamos el curso propedéutico  no teníamos el colectivo municipal funcionando en la ciudad, así que teníamos que viajar en otros colectivos, en los cuales el costo era elevado por los continuos viajes.  Salimos a las 16:00 hs. de la tarde, llegamos 10 a 15 minutos retrasadamente al curso -aunque los profesores ya conocen nuestra situación-, y más tarde para volver a Basavilbaso debemos esperar hasta las 23:30 hs.
Desde el principio las cuatro chicas nos quedábamos juntas, pero con el paso de los días en el Tobar, nos fuimos conociendo más  y llegamos a tener una buena relación con las demás; nunca pensé que nos íbamos a relacionar tan bien, es así que compartimos lindos momentos dentro y fuera del aula. Al salir siempre hay alguna que nos invita a su casa a comer, tomar mate, porque saben que tenemos que esperar hasta poder llegar a nuestras casas.
Es así que en esta primer parte del año, me llena de satisfacción poder compartir todos los días con estas chicas, que desde un primer momento,
mostraron sus buenas intenciones hacia mí.



Todo parece tan distinto.
                         por Silvina Schwartz

Cuando las vacaciones del 2011 iban llegando a su fin, por mi mente corrían infinitos pensamientos e interrogantes acerca de cómo sería este nuevo año para mí.
Entretanto conseguí formarme la idea de que iba a ser un gran cambio, pero sin tener muy en claro lo que éste incluiría.
Comenzar el nivel terciario resultó curioso y a la vez causó muchos temores en mí.
¿Será difícil?, ¿seré capaz de lograr lo que deseo?, ¿y si me va mal?, ¿cómo serán mis nuevas compañeras? eran algunas de las tantas preguntas sin respuestas concretas que se me cruzaban por la cabeza.
Además, sabía que, al no tener otra alternativa, tendría que viajar todos los días a Concepción del Uruguay. Debido a esto me brotaba la sensación de que iba a resultar muy complicado tener que acostumbrarme a esa nueva rutina.
Pero cuando menos lo pensé, en un abrir y cerrar de ojos aparecí en un lugar desconocido, sentada dentro de un gran aula, con chicas también desconocidas y una profesora hablando de parciales, del 80% de asistencias y de fotocopias que debíamos sacar.
Mientras la escuchaba miraba a mi alrededor y veía una multitud de caras nuevas y no podía creer lo rápido que había pasado el tiempo. ¡Parecía como si fuese ayer que estaba en el colegio con mis compañeros festejando los goles de la selección argentina!
De a poco fui conociendo un lugar nuevo que me despertaba mucha curiosidad: el Instituto de Formación Docente “Dra. Carolina Tobar García”, en el cual ya estoy cursando 1º año de Nivel Inicial, y es aquí donde por cuatro años tendré que adaptarme a ese gran cambio. 
“Al terminar la secundaria, lo que les espera después es muy distinto”, nos decían las profesoras en el colegio. Y hoy puedo decir que lo estoy comprobando, que realmente es así. Pero no es el fin del mundo y muchos de los miedos que tenía en un principio, ya no existen.

No me atrevo a decir que “todos” los miedos desaparecieron, porque al saber que se aproximan parciales, trabajos prácticos y que cuando menos quiera acordar ya llegará fin de año nuevamente y los exámenes finales estarán esperándome, pienso que no voy a poder con todo. Pero tampoco olvido que está de por medio un objetivo, MI objetivo, lo que tanto deseo: ser una gran maestra jardinera y sé que con esfuerzo, dedicación, responsabilidad, interés y esperanza podré lograrlo.
Por eso debo enfrentar lo desconocido para seguir avanzando y en un futuro aplicar lo aprendido en la realidad.

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